Sekitumi

14 julio, 2007

HERE COMES SICKNESS!!!!!!!!!!!!!!!!

Creo poder afirmar que el pasado jueves 12 asistí al mejor concierto de lo que llevamos de año y a uno de los más intensos y memorables que haya visto nunca: Mudhoney en Madrid. Lo primero a destacar es, de nuevo, la merecida hostia que debería haberse llevado el gañán de la mesa de sonido, que logró dejar sin voz a Mr. Mark Arm en tres ocasiones y dejó a un volumen mínimo algún que otro hachazo de fuzz del señor Turner. Ignorando la falta de profesionalidad del sujeto en cuestión, los de Seattle dejaron un sabor de boca inmejorable entre el público. Sigo a esta banda desde los dieciséis años y esta vez (era la segunda ocasión que los veía) me dieron justamente lo que esperaba de ellos: sudor, intensidad, rudeza y tormentas de distorsión.




Recordemos que Mudhoney son, en esencia, la primera banda a la que se aplicó el calificativo de grunge. Compañeros de escena de Nirvana y otras tantas glorias, su éxito comercial siempre estuvo muy limitado por la falta de concesiones y el descarnado espíritu de su sonido, ya que nunca han gozado de sensibilidad popera ni del gancho melódico de otros grupos amigos. Punk, psicodelia, garage y los fundamentos del ahora llamado stoner rock son sus credenciales, a las que unimos en los últimos discos un poso negroide que ellos se encargan de hacer sonar arrastrado y ácido, como debe ser. Este es uno de los secretos del grupo, como bien señalan en Riff-Fanzine: subvertir los géneros y adaptarlos a su particular estilo, que huye de la ortodoxia como de la peste.






El arranque fue espectacular: 'You got it' y 'Suck you dry' pusieron patas arribas la sala El Sol y marcaron lo que sería la actitud del público hasta el final: como si nos hallásemos en algún infecto garito de Seattle lleno de white trash descerebrados haciendo pogo continuamente. El bolo tuvo una acertadísma elección de temas, repasando todos sus trabajos y volándonos la cabeza con los pepinazos de su inicial etapa en Sub Pop. Así, cayeron 'No one has', 'Sweet youn thing ain't sweet no more' (increíble interpretación de Arm), la infalible 'Touch me I'm sick', 'Mudride' (mi momento preferido de la noche, ideal para fumar un canutín y dejarse llevar, atención al mega solo de Turner, echando chispas con el wah-wah), la destructiva 'I have to laugh' (otra de mis favoritas), 'Into the drink'... De sus dos últimos trabajos, Since we've become traslucent y Under a billions suns, sonaron 'Inside Job', y las fenomenales 'Where is the future', 'It is us' y 'Hard on for war' (colosal riff). Antes del bis, descontrol absoluto en las primeras filas con 'In 'n' out of grace'. Durante el solo de batería, era patente el feliz desconcierto de la banda ante el entusiamo del público, ante el cual respondieron con generosidad y derrochando carisma. En la segunda parte, Arm se transformó, más que nunca, en una especie de Iggy Pop rejuvenecido y nos dejó directamente sin aliento. Histérico y divertido a la vez, se descolgó la rítmica para obsequiarnos con la faceta más sucia de la banda. 'Fix me', 'The money will roll again' (muy especial, ya que es un tema en el que colaboraba Cobain) y el apocalíptico final con 'Hate the Police' (con la voz de Arm llegando al paroxismo de rabia y desgañite) así lo atestiguan. Tocaron también otros tres temas que confieso desconocer, pero desde luego la adrenalina seguía fluyendo.






La banda acusa los años para bien, con una eficacia brutal sobre el escenario y bastante sobriedad escénica, si exceptuamos el memorable final, con Arm contagiado de la locura del público. Turner es un guitarrista que patea el culo de los virtuosos de academia con su particular sonido y la capacidad de asumir influencias y deformarlas. Por supuesto, no faltó el proverbial e influyente sonido de fuzz saturado y el wah- wah más sucio y descarado. Dan Peters es una puta bestia con las baquetas y Guy Madisson ya es miembro plenamente integrado, posiblemente mejor músico que Lukin. Y premio especial para el jefazo: Mark Arm. Esto es un frontman y lo demás son gilipolleces. Cantó con una rabia y una potencia descomunales, demostrando que sus limitaciones vocales son compensadas con el sapientísmo uso que hace de su registro nasal, amén de una capacidad infernal para el alarido. Como ya he dicho antes, no es nada fácil clavar como hizo la interpretación de 'Sweet young thing...', donde no pude evitar soltar un 'joderrrrr' al final de cada estrofa. Piel de pollo constante con su vozarrón quebrantado. Y derrochando actitud en su momento iguana. De nuevo, Mudhoney, PUTOS AMOS.

06 julio, 2007

GUS VAN SANT MUST DIE (AVISO: SPOILERS)

La semana pasada se estrenó Last Days, el último engendro perpetrado por Gus Van Sant, pope del cine indie americano, o al menos eso dicen en la prensa. No he visto más peliculas de este caballero, a excepción de un trozo de Descubriendo a Forrester, absurda historia típicamente yanqui sobre superaciones personales, así que carezco de criterio para juzgar si Last Days guarda alguna relación respecto a las intenciones generales de su obra. Last Days narra los últimos días en la vida de una decadente y fosilizada estrella del rock llamada Blake. Supongo que por problemas de derechos y estas zarandajas legales, se le atribuye ese nombre al personaje, que no es otro que Kurt Cobain, circunstancia que la película confirma en sus créditos finales. La posibilidad que ofrece la figura de Cobain de cara a un biopic tenía dos enfoques: uno netamente sensacionalista y gratutito, que se regodease en la miseria existencial y los tormentos del músico; el otro, bien llevado, daría lugar a una interesante reflexión sobre la aceptación de la fama o el proceso creativo.


Last days no propone exactamente ninguna de esas opciones, si acaso la primera, aunque de modo sui generis. Lo que primero llama la atención es el aspecto formal: secuencias, planos y ritmo narrativo se caracterizan por lo contemplativo, la observación y la lentitud. Esta decisión por parte de Van Sant me parece plausible, ya que el estilo coincide con el espíritu de la historia. No soy un maniático del frenesí narrativo y, cuando está justificado, me agrada ver pelis que se toman su tiempo para sumergir al espectador. El problema, pues, no es estético, sino lo que se nos cuenta, que podría resumirse en un corto, pero de ninguna manera da para más de noventa minutos de metraje. Si lo que se quería era asfixiar al público con las últimas horas de un trastornado, lo han conseguido para mal. Blake no habla, balbucea. No hace música, sólo ruido. Vive en su cochambrosa mansión rodeado de colegas casi tan tirados como él, que no se compadecen de su miseria y sólo van a lo suyo. Numerosas secuencias son casi documentales que recogen la cotidianeidad de un toxicómano, enervando el sentido del buen gusto del respetable. Sabemos a través de unas escuetas conversaciones telefónicas que la estrella vive recluída desde hace meses al margen de managers y giras. Incluso hay un cameo de Kim Gordon, bajista y cantante de los, eventualmente, geniales Sonic Youth, padrinos de Nirvana cuando abrazaron el mainstream, y que es el único personaje que se interesa realmente por la postración de Blake.


Además de tales aspectos, donde el film (disculpen la pedantería) toma por tonto al espectador es en los momentos deliberadamente artys. La simbología de la desolada mansión, el baño inicial en el lago o la escena final, donde se ve el alma de Cobain trepando por la pared, son tan obvios y pretenciosos que poco me faltó para levantarme de la butaca y gritar GAFAPASTA HIJO DE PUTA. También son omnipresentes, como no, los iconos estéticos del héroe triste. El jersey de rayas, las zapatillas raídas, las gafas de sol, el travestismo ocasional, las armas de fuego... todo ello reincide en lo manoseado y redundante. Mención aparte para una de las escenas de mayor vergüenza ajena que he presenciado en mi vida: la cancioncita acústica que se marca el aprendiz de mártir en la segunda mitad del relato. Al parecer, la tonada es original del actor protagonista, Michael Pitt. Ni corto ni perezoso, el amigo coge los temas y el vocabulario más tópicos de las letras de Cobain (letras asombrosas en sus juegos y en sus intenciones), le suma los acordes usuales y, voilá, falso tema de Nirvana al canto. Ni que decir tiene que el resultado es paródico y sonrojante, todo un aborto sonoro si se compara con el talento y la infinita rabia de sus referentes. No quisiera dejar pasar otra curiosidad: ¿por qué escribe con la zurda y fuma con la derecha, como el verdadero Cobain, y luego es diestro para tocar la guitarra, al contrario que en la realidad? Y otra más: ¿a qué viene la ridícula auto-censura respecto a las drogas? ¿Por respeto? Por favor, si desde el principio vemos clara la renuncia de Van Sant a mostrar algo de dignidad en el perfil de Blake...

Reconozco que la culpa del cabreo es sólo mía, arrastrado por la devoción que siento hacia la música de Nirvana y, por qué no, el morbo puro y duro. Pero Van Sant ha realizado una semblanza que en nada muestra a un tipo que, efectivamente, estaba profundamente perturbado y ejercía una autocompasión lamentable en muchas ocasiones, pero que estaba dotado de un talento singular e inigualable. Siento también tristeza porque la película no arriesga nada (narrativamente) y no se preocupa en mostrar la complejidad de Cobain, deteniéndose en lo más escabroso y epatante. Aquí nadie sabe por qué ha llegado a tales extremos de abandono ni qué es lo que le consume por dentro, sólo hay un saco de huesos demacrado, un juguete roto. Quizá el director da por hecho que el espectador más cercano al momento histórico del grunge ya conoce la obra y milagros de Kurt Cobain, y no le interesa que le expliquen su vida completa. Esta suposición elevaría la película, como decía acertadamente Jordi Costa en El País, hasta el nivel de eucaristía pagana sobre el último Cristo postmoderno (sííííí, tenía que emplear mi expresión favorita de nuevo). Extremo que, me temo, era el propósito. Sigo pensando que es VOMITIVO el ritual de malditismo que se ha generado tradicionalmente con las estrellas del rock muertas (Cobain, Hendrix, Lennon, Joplin). Y en el particular caso que nos ocupa, la deseperación presente en la música de Nirvana siempre actuó de analgésico contra el dolor de vivir, un alivio, pero nunca un motivo de mortificación ni un ejemplo de nada, por lo menos en mi caso (y creo que en el de todo fan un poco racional). Flaco favor se puede hacer a la memoria de un artista de tal calibre cuando lo que interesa es hablar sólo de sus sombras.




02 julio, 2007

ORGULLO PATRIO (Y II)

  • Lagartija Nick: banda de estética inconfundible, Lagartija Nick se distingue por ser unas de las agrupaciones con el culo más inquieto del país . Sus tres primeros discos son un buen tratado de rock oscuro, deudor del after -punk, y cargado de connotaciones eruditas-visionarias sobre la cultura pop y la sociedad de fin de milenio. Los textos de las canciones son el gran baluarte de los granadinos, ya que el bajista, cantante y compositor, Antonio Arias, posee una gran intuición para fundir referencias culturales con citas literarias e imágenes surrealistas. Sin caer en el artificio, aunque a veces lo roce, pocos letristas existen actualmente con esa capacidad de evocación. La banda se ha distinguido siempre por cambios bastante radicales, exceptuando en esa primera trilogía algo más homogénea (Su, Hipnosis, Inercia). Su primer gran corte de mangas fue el histórico, según algunos, Omega, con el cantaor flamenco Enrique Morente poniendo voz a unas composiciones que empezaban a identificarse con el metal y el sonido industrial. Después continuaron las filigranas con Val del Omar, esta vez aprovechando originales de Lorca. Fruto de esta etapa de experimentación, donde el sonido se metaliza por completo al servicio de un concepto temático, sale Lagartijanick, con el viaje espacial como leit motiv. Esta es mi obra favorita de la banda, salvaje en lo musical (espectacular batería), oscura y tremendamente sugestiva, constituyendo uno de esos discos para cerrar los ojos e imaginar paraísos celestes con infiernos nublados. El sonido continúa bastante parejo en contundencia (algo menos en inspiración) en Ulterior. Así, tras pasarse los finales de los 90 y principios de esta década saltando, prácticamente, de monografía en monografía, en 2004 lanzan Lo imprevisto, una regresión al sonido más inmediato y melódico de los inicios, pero con la lección bien aprendida de su periplo más arriesgado en cuanto a la construcción de atmósferas y de unas letras cada vez más enrevesadas y cultistas. El camino parece ser este último, ya que en El shock de Leia, último trabajo por el momento, acentúan el gusto por las melodías menos corrosivas y las letras algo más "humanas". En suma, pocos palos más se pueden tocar a lo largo de una carrera alérgica a las fórmulas, donde los textos invitan a contemplar la realidad como un puré de coincidencias y relaciones insospechadas. No hay presente, es fluencia, es tránsito.

  • RIP KC: hasta el año pasado, cuando descubrí a estos fieras, llevaba mucho tiempo sin llevarme una sopresa tan agradablemente desconcertante. El "KC" que figura en el nombre de estos madrileños es obviamente, el de nuestro suicida predilecto, lo que delata el origen punk-calimochil de la banda. Recordemos que la ingeniosísima escena de punk-rock urbano typical Spanish "unbotedosbotesfascistaelquenobote" hace gala, al menos, de un cierto ingenio de borracho de parque. Así, todo parece apuntar a que tenemos a unos chicos de barrio obrero expresando su malestar por la desmesurada reverencia hacia aquel chico triste y yonqui que no sabía que hacer con tanto dinero. Y, efectivamente, los comienzos no fueron distintos al habitual punk-rock cazurro y acelerado. Sin embargo, hete aquí que a los muchacho estos les da por cambiar de registro y dar salida a sus pasiones más retro, abandonando la ortodoxia del litro de Mahou Clásica. Y sale una cosa tan potente y disfrutable como The truth is out there, ahora cantado en inglés. Un pastiche de stoner, aunque ellos lo nieguen, ergo repleta de pasajes densos y poderosos, donde no hay complejos para que el estribillo de 'Turbulence' suene a Nirvana o incluso haya rastros de los desasogantes Melvins, si bien está claro que Kyuss y todo el hard psicodélico de los 70 imponen su ley. Tan bien salió este renacimiento musical, que el siguiente álbum, Obvious and bleeding, es directamente el mejor disco español de los últimos ¿cinco?, ¿diez? años. Una vez asentada la nueva sonoridad de la banda, consiguen, filtrando las influencias con más acierto que nunca, un trabajo de matrícula. Doors, Sabbath, Pink Floyd, o incluso Triana, se dejan sentir sin presiones. Las composiciones son redondas, el trabajo con los instrumentos muestra una progresión incontestable (soberana 'Under my skin') y se muestran pasionales y sinceros, ya que el álbum fue compuesto tras la pérdida de un ser querido, lo cual quizá explique la peculiar épica de algunos temas. Por lo demás, el sonido está tremendamente conseguido, algo difícil con esas influencias y grabando aquí, y cada tema alberga siempre algún detalle que lo singulariza. Qué tremenda injusticia que no hayan nacido en los iuesei, porque la perfección de algunas canciones acojona. Espero que se hayan dado cuenta que sólo por este disco ya han entrado en mi disparatada lista. El futuro debería ser suyo.

  • Los que se han quedado por ahí: Rosendo (que se merece todo el respeto y mitificación posibles), los Deltonos (Hendrik Roever, ¿el mejor guitarra patrio de blues-rock?), Siniestro Total (que merecen estar aquí sólo por una letra como 'Matar jipis en las cíes'), los Ilegales (Jorge Martínez for president), Hamlet (y que se jodan los puretas, El Inferno y el disco negro son dos pepinazos de aúpa)... Y un pequeño recuerdo para aquellos que también me han acompañado en mi juventud confusa y bienintencionada: La Polla, Def con Dos, Super Skunk... A la mayoría les tengo bastante abandonados, pero toda escucha sirve, lo que no es poco, para ir agudizando las filias y saber lo que se busca.