RECUERDEN, RECUERDEN, EL CINCO DE NOVIEMBRE
No voy a hablar de esa maravilla oscura y densa que fue Time out of Mind, antepenúltima obra maestra del demiurgo Dylan, ni de la mezcla de risión y miedo sincero que me producen los periodistas vigilantes de la "verdad"que sufrimos en este país de mediocres y de perdedores. Hoy no. Prefiero ahorrarme la habitual dosis de angustia existencial y emocionarme recordando una obra de arte total.
Como ya han visto el dibujito de arriba, ya saben de qué va la cosa, siempre es más fácil ver los dibujitos que leer los párrafos, queridos productos de la ESO.
La película me gustó, incluso salí del cine con cierta emoción (y es que encadenar ese final con el 'street fighting man' de los Stones pone el vello de punta). A pesar de ello, la adaptación hecha de la historia para 'modernizarla' (puta manía de despreciar el pasado, propio de mercaderes, empresarios e incultos en general) da como resultado una pequeña desvirtualización del argumento que no acaba de reflejar la oscuridad y el carácter ambiguo del héroe original, ni de su mundo. Quiero decir que es un fallo incomprensible que una película sobre el totalitarismo y la revolución en ningún momento nos haga sentir la asfixia de vivir en una dictadura. En cambio, sí es de agradecer la grandiosa plasmación de V que logra el señor que hace de agente Smith en Matrix. Sin duda, éste es nuestro V, duro, tierno, sensible, trágico e incomparablemente coherente.
Película aparte, la novela gráfica original (parte de hacerse mayor consiste en dejar de hablar de tebeos y prestarse a un lenguaje más digno y, por ende, gafapasta) resulta una experiencia memorable. Nos ponemos en antecedentes: tras la Tercera Guerra Mundial, Inglaterra vive esclavizada bajo el poder omnímodo de una dictadura fascista, resultado de las crísis tras la guerra y ciertamente similar al auge del nazismo. Una chica es rescatada de una especie de agentes de la Gestapo y aleccionada, a lo largo de una epopeya vital e ideológica, en la necesidad de que el hombre guíe su destino de manera autónoma y sin admitir la comodidad del falso liderazgo. El responsable es, con permiso del Batman de Frank Miller, el héroe más fascinate que jamás dio el cómic. Apunten: anarquista, terrorista bajo al óptica de los fascistas, amante de la literatura clásica, la música y el cine. Y sobre todo, de la interpretación. Se hace llamar V y su objetivo es vengarse (personal y colectivamente) de las atrocidades del régimen.
Su vestimenta recuerda a un Robin Hood post moderno. Su rostro va siempre cubierto por una máscara de Guy de Fawkes, ilustre inglés que intentó volar el Parlamento un cinco de noviembre, allá por el siglo XVII. Nunca veremos su rostro natural, circunstancia que unida a su pasado lo convierten en una metáfora del sufrimiento anónimo y colectivo.
Su justificación de la violencia contra quien no entiende otro lenguaje, su reivindicación del libre albedrío y la autonomía moral y colectiva y, sobre todo, su grandiosa tendencia al histrionismo son las claves de un personaje insólito y brillante, conmovedor y emocionante.
Parece una pretenciosidad mezclar temas tan espinosos como la pérdida de libertad, el totalitarismo, la anarquía, la lucha armada y la redención personal y aliñarlo todo con unas gotas de metáfora política (evidentemente, la Inglaterra fascista es la de Thatcher). Lo que consiguieron Moore y LLoyd fue una obra capaz de desarrollar una asombrosa fascinación, pues la conexión entre épica, reflexión y metáfora desoladora funciona en todas y cada una de esas dimensiones, logrando la empatía total en la causa de V, a pesar de algunos puntos discutibles en su conducta y sus argumentos.
Una obra maestra de la literatura (porque esto no es un "tebeo") que conmueve, inquieta y hace reflexionar. Supone también una demoledora justificación del terrorismo y la revolución, entendidas como armas necesarias en situaciones extremas, donde el diálogo es imposible (por favor, no confundan a los fascistas-patriotas vascos con el romanticismo y la grandiosidad de esta ficción).
Supongo que, alentado por mi incultura y mi falta de carácter, el próximo cinco de noviembre intentaré hacer lo mismo, pasando antes por alguna redacción y alguna emisora confesional. Así daré algo de qué hablar a los tertulianos de turno y se prestará atención a la nefasta influencia de los tebeos y la industria cultural en la juventud. Qué feliz, derribando muros y mentiras a ritmo de soneto. Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre.