Sekitumi

21 septiembre, 2006

RECUERDEN, RECUERDEN, EL CINCO DE NOVIEMBRE


No voy a hablar de esa maravilla oscura y densa que fue Time out of Mind, antepenúltima obra maestra del demiurgo Dylan, ni de la mezcla de risión y miedo sincero que me producen los periodistas vigilantes de la "verdad"que sufrimos en este país de mediocres y de perdedores. Hoy no. Prefiero ahorrarme la habitual dosis de angustia existencial y emocionarme recordando una obra de arte total.
Como ya han visto el dibujito de arriba, ya saben de qué va la cosa, siempre es más fácil ver los dibujitos que leer los párrafos, queridos productos de la ESO.
La película me gustó, incluso salí del cine con cierta emoción (y es que encadenar ese final con el 'street fighting man' de los Stones pone el vello de punta). A pesar de ello, la adaptación hecha de la historia para 'modernizarla' (puta manía de despreciar el pasado, propio de mercaderes, empresarios e incultos en general) da como resultado una pequeña desvirtualización del argumento que no acaba de reflejar la oscuridad y el carácter ambiguo del héroe original, ni de su mundo. Quiero decir que es un fallo incomprensible que una película sobre el totalitarismo y la revolución en ningún momento nos haga sentir la asfixia de vivir en una dictadura. En cambio, sí es de agradecer la grandiosa plasmación de V que logra el señor que hace de agente Smith en Matrix. Sin duda, éste es nuestro V, duro, tierno, sensible, trágico e incomparablemente coherente.
Película aparte, la novela gráfica original (parte de hacerse mayor consiste en dejar de hablar de tebeos y prestarse a un lenguaje más digno y, por ende, gafapasta) resulta una experiencia memorable. Nos ponemos en antecedentes: tras la Tercera Guerra Mundial, Inglaterra vive esclavizada bajo el poder omnímodo de una dictadura fascista, resultado de las crísis tras la guerra y ciertamente similar al auge del nazismo. Una chica es rescatada de una especie de agentes de la Gestapo y aleccionada, a lo largo de una epopeya vital e ideológica, en la necesidad de que el hombre guíe su destino de manera autónoma y sin admitir la comodidad del falso liderazgo. El responsable es, con permiso del Batman de Frank Miller, el héroe más fascinate que jamás dio el cómic. Apunten: anarquista, terrorista bajo al óptica de los fascistas, amante de la literatura clásica, la música y el cine. Y sobre todo, de la interpretación. Se hace llamar V y su objetivo es vengarse (personal y colectivamente) de las atrocidades del régimen.
Su vestimenta recuerda a un Robin Hood post moderno. Su rostro va siempre cubierto por una máscara de Guy de Fawkes, ilustre inglés que intentó volar el Parlamento un cinco de noviembre, allá por el siglo XVII. Nunca veremos su rostro natural, circunstancia que unida a su pasado lo convierten en una metáfora del sufrimiento anónimo y colectivo.
Su justificación de la violencia contra quien no entiende otro lenguaje, su reivindicación del libre albedrío y la autonomía moral y colectiva y, sobre todo, su grandiosa tendencia al histrionismo son las claves de un personaje insólito y brillante, conmovedor y emocionante.
Parece una pretenciosidad mezclar temas tan espinosos como la pérdida de libertad, el totalitarismo, la anarquía, la lucha armada y la redención personal y aliñarlo todo con unas gotas de metáfora política (evidentemente, la Inglaterra fascista es la de Thatcher). Lo que consiguieron Moore y LLoyd fue una obra capaz de desarrollar una asombrosa fascinación, pues la conexión entre épica, reflexión y metáfora desoladora funciona en todas y cada una de esas dimensiones, logrando la empatía total en la causa de V, a pesar de algunos puntos discutibles en su conducta y sus argumentos.
Una obra maestra de la literatura (porque esto no es un "tebeo") que conmueve, inquieta y hace reflexionar. Supone también una demoledora justificación del terrorismo y la revolución, entendidas como armas necesarias en situaciones extremas, donde el diálogo es imposible (por favor, no confundan a los fascistas-patriotas vascos con el romanticismo y la grandiosidad de esta ficción).
Supongo que, alentado por mi incultura y mi falta de carácter, el próximo cinco de noviembre intentaré hacer lo mismo, pasando antes por alguna redacción y alguna emisora confesional. Así daré algo de qué hablar a los tertulianos de turno y se prestará atención a la nefasta influencia de los tebeos y la industria cultural en la juventud. Qué feliz, derribando muros y mentiras a ritmo de soneto. Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre.

18 septiembre, 2006

LA RISIÓN


Eso tan bonito que constituye la sal de la vida ocurre cuando:

el capi se tira un pedo,
ofrecemos pajitas pisoteadas a las damas como si fueran el más preciado tesoro,
invocamos la fuerza de mil monos,
constatamos que algo merece la pena al cien por cien,
descubrimos al gentleman anglés que todos llevamos dentro,
fundimos el fusible del velocímetro por guardar la lizipaína dentro,
soy obligado a tomar un botellín por cinco euros en un bar de lenocinio,
os llamo hijos de fruta,
constato que estoy fatal de lo mío,
establecemos parentescos entre camareras gallegas y Marlo y Claudio,
me confundo dando el contacto del coche y me asusto al ver cómo adquiere vida propia,
constatamos que la Guardia Civil se asusta por ná,
descubrimos que estamos en la luna, y que somos polacos,
deseamos que se lleven a nuestras mujeres,
cedemos ante el aburrimiento y no comprendemos Donnie Darko,
se nos exige añadir más papel y más todo,
comprobamos que tenemos ideas muy distintas sobre las mujeres, todas ellas erróneas,
tenemos experiencias psicotrópicas ingiriendo pimientos,
y cuando viajamos por el tiempo a través de la carretera de La Coruña.

NO PIENSO VENDIMIAR

Cuando yo era un joven y tierno universitario, confiado y expectante ante los placeres y saberes ocultos que el mundo exterior me prometía desde la cárcel familiar de la adolescencia, los meses de septiembre siempre estaban envueltos en una dulce promesa de novedad. La piedra filosofal del rock, la del amor, la del saber enciclopédico, la del trabajo y la regeneración hígado/ pulmón dibujaban ante mí un panorama alentador sobre la posibilidad de cambio, de evolución, de aprendizaje.
No es que ahora haya dejado de ser tierno o joven, lo que ocurre es que a la ternura siempre puede adivinársele un poso de amargura y la juventud no es nada cuando ves que no te espera una vida demasiado distinta a la de tus padres (más endeudado, sin hijos y más desordenada, eso sí). La soledad, al fin y al cabo, no es más que un estado más de entre el amplio abanico de posibilidades anímicas que presentan las personas.
La obviedad es la siguiente: la soledad y el descreimiento (o incertidumbre) son sensaciones que gozan de una leyenda negra inmerecida. Solos llegamos al mundo y solos nos piramos, lo de en medio es sólo una tregua, y la contestación a lo mismo, una pataleta propia de la inmadurez. La incertidumbre o la falta de expectativas no es más que una posición estoica y realista. Pero también liberadora: si no esperas nada, cualquier cosa te alegrará la existencia.
Me encantaría contaros una bonita fábula hollywoodiense donde todo el mundo pasa el resto de su vida con la persona amada, vivimos como estrellas del rock y Chanquete no se muere, ni Jim Morrison tampoco. Pero os estaría vendiendo un montón de mierda. La misma mierda que suponen el nihilismo vital y el pesimismo trágico, simpáticos amigos del frustrado de libro con los que, sin duda, están confundiendo el contenido de este post.
Sueñen, amen, deseen, aspiren (con cuidado) y todo lo que quieran. Pero si no lo consiguen, no se desanimen, la posibilidad de no conseguirlo era real. Y sean comprensivos con las debilidades ajenas.
Es septiembre, sí, y no pienso vendimiar. Y espero que los bailes sigan sin mí.