Sekitumi

22 diciembre, 2006

¡FELIZ NAVIDAD, AMEBAS!

(R. Iniesta)
La vida no me sonríe
me cago en la humanidad
Hace un frío de cojones,
va a llegar la Navidad
y si nos queda algún diente comeremos turrón
me estoy haciendo de vientre dentro del corazón
y no me importa que los reyes ya no vengan para mí,
con que vengan los camellos
soy, bastardos, más feliz.
No... che de paz, no... che de amor
todos contra todos, me cagüendios
y del cielo una estrella vendrá:
es un cuete espacial
No... che de paz, no... che de amor
¡Una tregua! me cagüendios
y del cielo una mierda caerá:
es un cuete nuclear.

17 diciembre, 2006

HISTORIA Y ESTÉTICA


He encontrado esta foto en un foro de intelné y he creído necesario colgarla. Al margen de suspicacias ideológicas (creo que a estas alturas ya nos conocemos), creo que tiene un gran valor estético, y es ciertamente bella. Agradeceré comentarios de gente con sustrato teórico sobre fotografía, así como datos sobre el autor.

EL AULLIDO DE LA REDENCIÓN


(AVISO: CONTIENE SPOILERS. SI NO HAS VISTO EL PADRINO III, PLANTÉATE NO LEER ESTO, POR BIEN ESCRITO QUE ESTÉ)

Nunca he hablado de cine en este santo blog. No sé cuál es la razón concreta, teniendo en cuenta que amo este invento casi tanto como el rock o el cocido de mi madre. Para empezar, voy a revivir el éxtasis absoluto en que me sumió la enésima revisión de la tercera parte de El Padrino, quizá la menos magistral de la saga, pero imborrable en el recuerdo por una secuencia que luego comentaré. Coppola adaptó en los setenta las novelas originales de Mario Puzo donde se narraba la odisea de la familia Corleone en pos del control eterno de los bajos fondos yanquis. No he leído las novelas (soy mentalmente disperso y cuando algo me llama la atención, suelo olvidarlo a los tres segundos al descubrir otra cosa, y así hasta el infinito). No es el caso. La mastodóntica trilogía de El Padrino es una obra de arte incuestionable, profunda, tenebrosa y con un inusitado conocimiento de las esquinas de la debilidad humana. Con un tono operístico constante, Coppola supo aunar éxito comercial y mérito artístico (se trata de exquisitas piezas de orfebrería en cuanto al montaje, fotografía, dirección de actores...), enseñándonos la cara más desagradable y menos admirable de la pantomima del "sueño americano". Porque aquí, la prosperidad del emigrante también se basa en el tesón y en el amor a la familia... haciendo valer siempre la máxima de que el fin justifica los medios, y no al contrario. Habrá otro momento para comentar las dos primeras partes. Ahora quiero recordar el epílogo de la historia, el cual creo que contiene algunos poderes que la hacen más que digna. Principalmente, la actuación de Al Pacino como Michael Corleone, heredero del imperio de su padre, está por encima del bien y del mal. Cansado, viejo y consumido por un sentimiento de culpa atroz (manda ejecutar a su hermano en la anterior entrega), Michael lucha hasta el límite de sus fuerzas por redimirse y morir en paz. Pero tal propósito será imposible. A lo largo del metraje se suceden distintas cabriolas del destino que impedirán al Don dignificar su existencia (atención al retrato de las corruptelas inmobiliarias y empresariales del Vaticano, realmente vomitivas en su hipocresía y vileza). Y esa espiral de sufrimiento culminará en los últimos diez minutos de metraje. Sin ser un erudito y con unas lagunas cinéfilas notables, creo que ese final es sin duda el más grande del cine de los años noventa, y no creo que el paso del tiempo le despoje de tal categoría. Veamos: los Corleone asisten entusiasmados al estreno del primogénito de Michael como tenor de ópera. A la salida del teatro, un sicario contratado por un jefe rival dispara a Michael. Tras la confusión inicial, el sobrino de Michael (y sucesor) acaba con el sicario. La familia se incopora después de tirarse al suelo con el sonido de los disparos. Michael sólo está herido en un brazo, el ataque ha fracasado. Pero a los dos segundos, se constata que algo va mal. La hija menor ha recibido un disparo en el pecho. Está muerta por haberse interpuesto entre el disparo y su destinatario original. Michael coge a su hija entre sus brazos y esgrime una mueca de dolor inenarrable. El sonido se congela unos instantes. Al reanudarse, Coppola nos permite escuchar el aullido de Pacino. Esta escena constituye el momento más doloroso, acongojante y desolador que yo recuerde en el cine moderno. Casi literalmente, a Michael Corleone se le abre el alma en canal y expulsa el legado de toda la destrucción que ha provocado como si fuera un aborto. Es necesario ver la película entera y la escena en concreto para entender el escalofrío y el nudo en la garganta que siente el espectador. Sólo en contados momentos, el arte es capaz de apuñalarnos el corazón con esa precisión y esa falta de piedad. Es como el grito final de Cobain en el acústico de Nirvana, es Saturno devorando a sus hijos, es el Guernica.
Pero aquí no acaba todo. Al término de la secuencia aún resta ver la muerte de Michael. Elipsis temporal y de la escalinata del teatro en Sicilia, saltamos al patio de la residencia Corleone. En un flashback, el antihéroe recuerda a los amores de su vida. Primer plano de un cadáver viviente y apergaminado colocándose sus gafas de sol, como si quisiera ocultar de la vista lo que ha sido. Cambio de plano. Al fondo vemos cómo el anciano deja caer sobre su pecho la cabeza inerte. Después, se descuelgan los brazos antes cruzados, tal y como si fuera un pelele. Y al fin cae al suelo de cuerpo entero. Solo por siempre jamás, ya no hay nadie a su alrededor que le llore o recoja el cuerpo. Por si no hubiera sido suficiente con el apocalipsis en la ópera, el cabrón de Coppola nos obsequia con este hachazo definitivo, que sintetiza con la misma cruel precisión el final del Don. Viejo y solo.
Dejad de leer esto y enchufad el DVD, el vídeo o lo que queráis.

11 diciembre, 2006

PERO, ¿HAY O NO HAY INFIERNO?


La muerte de Pinochet me ha dejado un regustillo amargo, o más bien agridulce. Es maravilloso saber que semejante deshecho por fin vaya a ser pasto de los gusanos, seres incomparablemente más útiles y respetables, pero no deja de ser una victoria moral para él y sus zombis seguidores que se haya ido sin la humillación que hubiera supuesto el trullo para un demente clasista como él fue. Esto me lleva a recordar que hace unos años el Papa polaco (el mismo que animaba a los africanos hambrientos a procrear niños sidosos, en un alarde del típico sentido común de la Iglesia católica) declaró que el Cielo y el Infierno realmente no existían. Erudito él, nos quitaba la venda de los ojos y nos hablaba del significado metafórico de las Sagradas Escrituras. Vaya desilusión más grande, tanta o más que la última de Scorsese. ¿ A dónde van entonces los rockeros malos? ¿Y el redactor de El País que osó comparar a Josele con el plasta de Sabina? Bromas insulsas a parte, ¿a dónde fue Hitler?, ¿y Mussolini?, ¿y Stalin?, ¿Pol Pot?, ¿Castro?, ¿Franco? ¿y los valerosos patriotas vascos? En caso de que el Infierno sólo fuera de naturaleza quimérica, nos hallamos ante una certeza desasosegante: ¿cuándo pagan los criminales que en vida no han cargado con la responsabilidad de sus montruosidades? ¿Existe una edad límite, como ha pasado con el malnacido que nos ocupa, a partir de la cual preescriben las atrocidades cometidas en los alocados y entrañables años de la juventud? Y lo que es peor, parece que a dónde no llega la arbitraria justicia del hombre ni siquiera resta el consuelo cósmico, el de la justicia universal o mística. Da mucho que pensar sobre el inmenso error que supone la existencia de la humanidad, si la entendemos como la más perfecta máquina del sufrimiento artificial que jamás se hubiese creado. Una prueba más de la no existencia de Dios, o al menos del Gran Padre omni- lo que sea que con tanto fervor defienden hasta desangrarse las grandes religiones monoteístas.
En fin, divagaciones infantiles y maniqueas que no puedo evitar al darme cuenta de que la desaparición de los monstruos sólo es un alivio cuando éstos han pagado en la única existencia de la que tenemos prueba. Las lágrimas de familiares y acólitos del gran hijo de puta no son nada comparado con las lágrimas de los que le sobrevivieron, para nuestra desgracia. Los que aún conservamos un mínimo de decencia y humanidad (que término tan contradictorio) tenemos un único apaciguador moral ante la barbarie: nuestras vidas, felices o no, al menos no se basan en la destrucción del prójimo que no piensa igual. No es una victoria material, pero ayuda.
De cualquier manera, suponiendo que haya un Más Allá o el mínimo atisbo de justicia poética: general de mierda, te deseo una eternidad donde sufras a cada minuto todas y cada una las torturas y dolores que provocaste en vida, y que tu prole de ratas pase lo que le queda de vida retorcida de remordimientos y sueños rotos, aunque la mierda como tú y los tuyos jamás llegara a comprender nada de esto. Aprovechando el desparrame (me siento como si llevara tres días sin hacer de vientre y la fibra hubiera hecho efecto), también desearía que los Estados Corruptos de América pagasen con la sangre de sus responsables la sibilina influencia y apoyo que históricamente han prestado a estos indeseables. Como una suerte de Yihad laica que ajustase cuentas con el mayor y más impune criminal de guerra de la historia: yes, los USA.
Mierda de dictaduras, de militares, de humanidad, de ideologías, de religiones, de mundo, de existencia.