Sekitumi

13 octubre, 2007

Granada, Meca del perroflautismo

¿Piensas que los verdaderos hippies se han extinguido de la faz de la Tierra? Visita Granada, ciudad donde confluye lo más variopinto de la escena perrofláutica patria, con el más genuino international rastafari way of life.

Te puedes encontrar con trotamundos -de los que van sin Visa- que habitan las cuevas del Sacromonte durante una temporada, dejándola caliente para su siguiente ocupante. Pero lo más llamativo de esta ciudad, en realidad, son sus contrastes: universitarios bisbaleros, niñas cantoloqueras, gente haciendo penitencia durante horas en los días de procesión, la fauna de la temporada de nieve de Sierra Nevada, guiris haciendo cola desde las 6 de la mañana para ver la Alhambra, descendientes de al-Ándalus regentando teterías de cartón piedra...


La presencia del agua, tan apreciada en tiempos del primer habitante de la Fortaleza Roja -plagada de albercas y fuentes-, ha dado paso a la cultura de la birra. Si Boabdil levantase la cabeza y viera de nuevo su reino perdido, ¿volvería a llorar...? No lo sé, pero me voy de tapas...

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14 julio, 2007

HERE COMES SICKNESS!!!!!!!!!!!!!!!!

Creo poder afirmar que el pasado jueves 12 asistí al mejor concierto de lo que llevamos de año y a uno de los más intensos y memorables que haya visto nunca: Mudhoney en Madrid. Lo primero a destacar es, de nuevo, la merecida hostia que debería haberse llevado el gañán de la mesa de sonido, que logró dejar sin voz a Mr. Mark Arm en tres ocasiones y dejó a un volumen mínimo algún que otro hachazo de fuzz del señor Turner. Ignorando la falta de profesionalidad del sujeto en cuestión, los de Seattle dejaron un sabor de boca inmejorable entre el público. Sigo a esta banda desde los dieciséis años y esta vez (era la segunda ocasión que los veía) me dieron justamente lo que esperaba de ellos: sudor, intensidad, rudeza y tormentas de distorsión.




Recordemos que Mudhoney son, en esencia, la primera banda a la que se aplicó el calificativo de grunge. Compañeros de escena de Nirvana y otras tantas glorias, su éxito comercial siempre estuvo muy limitado por la falta de concesiones y el descarnado espíritu de su sonido, ya que nunca han gozado de sensibilidad popera ni del gancho melódico de otros grupos amigos. Punk, psicodelia, garage y los fundamentos del ahora llamado stoner rock son sus credenciales, a las que unimos en los últimos discos un poso negroide que ellos se encargan de hacer sonar arrastrado y ácido, como debe ser. Este es uno de los secretos del grupo, como bien señalan en Riff-Fanzine: subvertir los géneros y adaptarlos a su particular estilo, que huye de la ortodoxia como de la peste.






El arranque fue espectacular: 'You got it' y 'Suck you dry' pusieron patas arribas la sala El Sol y marcaron lo que sería la actitud del público hasta el final: como si nos hallásemos en algún infecto garito de Seattle lleno de white trash descerebrados haciendo pogo continuamente. El bolo tuvo una acertadísma elección de temas, repasando todos sus trabajos y volándonos la cabeza con los pepinazos de su inicial etapa en Sub Pop. Así, cayeron 'No one has', 'Sweet youn thing ain't sweet no more' (increíble interpretación de Arm), la infalible 'Touch me I'm sick', 'Mudride' (mi momento preferido de la noche, ideal para fumar un canutín y dejarse llevar, atención al mega solo de Turner, echando chispas con el wah-wah), la destructiva 'I have to laugh' (otra de mis favoritas), 'Into the drink'... De sus dos últimos trabajos, Since we've become traslucent y Under a billions suns, sonaron 'Inside Job', y las fenomenales 'Where is the future', 'It is us' y 'Hard on for war' (colosal riff). Antes del bis, descontrol absoluto en las primeras filas con 'In 'n' out of grace'. Durante el solo de batería, era patente el feliz desconcierto de la banda ante el entusiamo del público, ante el cual respondieron con generosidad y derrochando carisma. En la segunda parte, Arm se transformó, más que nunca, en una especie de Iggy Pop rejuvenecido y nos dejó directamente sin aliento. Histérico y divertido a la vez, se descolgó la rítmica para obsequiarnos con la faceta más sucia de la banda. 'Fix me', 'The money will roll again' (muy especial, ya que es un tema en el que colaboraba Cobain) y el apocalíptico final con 'Hate the Police' (con la voz de Arm llegando al paroxismo de rabia y desgañite) así lo atestiguan. Tocaron también otros tres temas que confieso desconocer, pero desde luego la adrenalina seguía fluyendo.






La banda acusa los años para bien, con una eficacia brutal sobre el escenario y bastante sobriedad escénica, si exceptuamos el memorable final, con Arm contagiado de la locura del público. Turner es un guitarrista que patea el culo de los virtuosos de academia con su particular sonido y la capacidad de asumir influencias y deformarlas. Por supuesto, no faltó el proverbial e influyente sonido de fuzz saturado y el wah- wah más sucio y descarado. Dan Peters es una puta bestia con las baquetas y Guy Madisson ya es miembro plenamente integrado, posiblemente mejor músico que Lukin. Y premio especial para el jefazo: Mark Arm. Esto es un frontman y lo demás son gilipolleces. Cantó con una rabia y una potencia descomunales, demostrando que sus limitaciones vocales son compensadas con el sapientísmo uso que hace de su registro nasal, amén de una capacidad infernal para el alarido. Como ya he dicho antes, no es nada fácil clavar como hizo la interpretación de 'Sweet young thing...', donde no pude evitar soltar un 'joderrrrr' al final de cada estrofa. Piel de pollo constante con su vozarrón quebrantado. Y derrochando actitud en su momento iguana. De nuevo, Mudhoney, PUTOS AMOS.

06 julio, 2007

GUS VAN SANT MUST DIE (AVISO: SPOILERS)

La semana pasada se estrenó Last Days, el último engendro perpetrado por Gus Van Sant, pope del cine indie americano, o al menos eso dicen en la prensa. No he visto más peliculas de este caballero, a excepción de un trozo de Descubriendo a Forrester, absurda historia típicamente yanqui sobre superaciones personales, así que carezco de criterio para juzgar si Last Days guarda alguna relación respecto a las intenciones generales de su obra. Last Days narra los últimos días en la vida de una decadente y fosilizada estrella del rock llamada Blake. Supongo que por problemas de derechos y estas zarandajas legales, se le atribuye ese nombre al personaje, que no es otro que Kurt Cobain, circunstancia que la película confirma en sus créditos finales. La posibilidad que ofrece la figura de Cobain de cara a un biopic tenía dos enfoques: uno netamente sensacionalista y gratutito, que se regodease en la miseria existencial y los tormentos del músico; el otro, bien llevado, daría lugar a una interesante reflexión sobre la aceptación de la fama o el proceso creativo.


Last days no propone exactamente ninguna de esas opciones, si acaso la primera, aunque de modo sui generis. Lo que primero llama la atención es el aspecto formal: secuencias, planos y ritmo narrativo se caracterizan por lo contemplativo, la observación y la lentitud. Esta decisión por parte de Van Sant me parece plausible, ya que el estilo coincide con el espíritu de la historia. No soy un maniático del frenesí narrativo y, cuando está justificado, me agrada ver pelis que se toman su tiempo para sumergir al espectador. El problema, pues, no es estético, sino lo que se nos cuenta, que podría resumirse en un corto, pero de ninguna manera da para más de noventa minutos de metraje. Si lo que se quería era asfixiar al público con las últimas horas de un trastornado, lo han conseguido para mal. Blake no habla, balbucea. No hace música, sólo ruido. Vive en su cochambrosa mansión rodeado de colegas casi tan tirados como él, que no se compadecen de su miseria y sólo van a lo suyo. Numerosas secuencias son casi documentales que recogen la cotidianeidad de un toxicómano, enervando el sentido del buen gusto del respetable. Sabemos a través de unas escuetas conversaciones telefónicas que la estrella vive recluída desde hace meses al margen de managers y giras. Incluso hay un cameo de Kim Gordon, bajista y cantante de los, eventualmente, geniales Sonic Youth, padrinos de Nirvana cuando abrazaron el mainstream, y que es el único personaje que se interesa realmente por la postración de Blake.


Además de tales aspectos, donde el film (disculpen la pedantería) toma por tonto al espectador es en los momentos deliberadamente artys. La simbología de la desolada mansión, el baño inicial en el lago o la escena final, donde se ve el alma de Cobain trepando por la pared, son tan obvios y pretenciosos que poco me faltó para levantarme de la butaca y gritar GAFAPASTA HIJO DE PUTA. También son omnipresentes, como no, los iconos estéticos del héroe triste. El jersey de rayas, las zapatillas raídas, las gafas de sol, el travestismo ocasional, las armas de fuego... todo ello reincide en lo manoseado y redundante. Mención aparte para una de las escenas de mayor vergüenza ajena que he presenciado en mi vida: la cancioncita acústica que se marca el aprendiz de mártir en la segunda mitad del relato. Al parecer, la tonada es original del actor protagonista, Michael Pitt. Ni corto ni perezoso, el amigo coge los temas y el vocabulario más tópicos de las letras de Cobain (letras asombrosas en sus juegos y en sus intenciones), le suma los acordes usuales y, voilá, falso tema de Nirvana al canto. Ni que decir tiene que el resultado es paródico y sonrojante, todo un aborto sonoro si se compara con el talento y la infinita rabia de sus referentes. No quisiera dejar pasar otra curiosidad: ¿por qué escribe con la zurda y fuma con la derecha, como el verdadero Cobain, y luego es diestro para tocar la guitarra, al contrario que en la realidad? Y otra más: ¿a qué viene la ridícula auto-censura respecto a las drogas? ¿Por respeto? Por favor, si desde el principio vemos clara la renuncia de Van Sant a mostrar algo de dignidad en el perfil de Blake...

Reconozco que la culpa del cabreo es sólo mía, arrastrado por la devoción que siento hacia la música de Nirvana y, por qué no, el morbo puro y duro. Pero Van Sant ha realizado una semblanza que en nada muestra a un tipo que, efectivamente, estaba profundamente perturbado y ejercía una autocompasión lamentable en muchas ocasiones, pero que estaba dotado de un talento singular e inigualable. Siento también tristeza porque la película no arriesga nada (narrativamente) y no se preocupa en mostrar la complejidad de Cobain, deteniéndose en lo más escabroso y epatante. Aquí nadie sabe por qué ha llegado a tales extremos de abandono ni qué es lo que le consume por dentro, sólo hay un saco de huesos demacrado, un juguete roto. Quizá el director da por hecho que el espectador más cercano al momento histórico del grunge ya conoce la obra y milagros de Kurt Cobain, y no le interesa que le expliquen su vida completa. Esta suposición elevaría la película, como decía acertadamente Jordi Costa en El País, hasta el nivel de eucaristía pagana sobre el último Cristo postmoderno (sííííí, tenía que emplear mi expresión favorita de nuevo). Extremo que, me temo, era el propósito. Sigo pensando que es VOMITIVO el ritual de malditismo que se ha generado tradicionalmente con las estrellas del rock muertas (Cobain, Hendrix, Lennon, Joplin). Y en el particular caso que nos ocupa, la deseperación presente en la música de Nirvana siempre actuó de analgésico contra el dolor de vivir, un alivio, pero nunca un motivo de mortificación ni un ejemplo de nada, por lo menos en mi caso (y creo que en el de todo fan un poco racional). Flaco favor se puede hacer a la memoria de un artista de tal calibre cuando lo que interesa es hablar sólo de sus sombras.




02 julio, 2007

ORGULLO PATRIO (Y II)

  • Lagartija Nick: banda de estética inconfundible, Lagartija Nick se distingue por ser unas de las agrupaciones con el culo más inquieto del país . Sus tres primeros discos son un buen tratado de rock oscuro, deudor del after -punk, y cargado de connotaciones eruditas-visionarias sobre la cultura pop y la sociedad de fin de milenio. Los textos de las canciones son el gran baluarte de los granadinos, ya que el bajista, cantante y compositor, Antonio Arias, posee una gran intuición para fundir referencias culturales con citas literarias e imágenes surrealistas. Sin caer en el artificio, aunque a veces lo roce, pocos letristas existen actualmente con esa capacidad de evocación. La banda se ha distinguido siempre por cambios bastante radicales, exceptuando en esa primera trilogía algo más homogénea (Su, Hipnosis, Inercia). Su primer gran corte de mangas fue el histórico, según algunos, Omega, con el cantaor flamenco Enrique Morente poniendo voz a unas composiciones que empezaban a identificarse con el metal y el sonido industrial. Después continuaron las filigranas con Val del Omar, esta vez aprovechando originales de Lorca. Fruto de esta etapa de experimentación, donde el sonido se metaliza por completo al servicio de un concepto temático, sale Lagartijanick, con el viaje espacial como leit motiv. Esta es mi obra favorita de la banda, salvaje en lo musical (espectacular batería), oscura y tremendamente sugestiva, constituyendo uno de esos discos para cerrar los ojos e imaginar paraísos celestes con infiernos nublados. El sonido continúa bastante parejo en contundencia (algo menos en inspiración) en Ulterior. Así, tras pasarse los finales de los 90 y principios de esta década saltando, prácticamente, de monografía en monografía, en 2004 lanzan Lo imprevisto, una regresión al sonido más inmediato y melódico de los inicios, pero con la lección bien aprendida de su periplo más arriesgado en cuanto a la construcción de atmósferas y de unas letras cada vez más enrevesadas y cultistas. El camino parece ser este último, ya que en El shock de Leia, último trabajo por el momento, acentúan el gusto por las melodías menos corrosivas y las letras algo más "humanas". En suma, pocos palos más se pueden tocar a lo largo de una carrera alérgica a las fórmulas, donde los textos invitan a contemplar la realidad como un puré de coincidencias y relaciones insospechadas. No hay presente, es fluencia, es tránsito.

  • RIP KC: hasta el año pasado, cuando descubrí a estos fieras, llevaba mucho tiempo sin llevarme una sopresa tan agradablemente desconcertante. El "KC" que figura en el nombre de estos madrileños es obviamente, el de nuestro suicida predilecto, lo que delata el origen punk-calimochil de la banda. Recordemos que la ingeniosísima escena de punk-rock urbano typical Spanish "unbotedosbotesfascistaelquenobote" hace gala, al menos, de un cierto ingenio de borracho de parque. Así, todo parece apuntar a que tenemos a unos chicos de barrio obrero expresando su malestar por la desmesurada reverencia hacia aquel chico triste y yonqui que no sabía que hacer con tanto dinero. Y, efectivamente, los comienzos no fueron distintos al habitual punk-rock cazurro y acelerado. Sin embargo, hete aquí que a los muchacho estos les da por cambiar de registro y dar salida a sus pasiones más retro, abandonando la ortodoxia del litro de Mahou Clásica. Y sale una cosa tan potente y disfrutable como The truth is out there, ahora cantado en inglés. Un pastiche de stoner, aunque ellos lo nieguen, ergo repleta de pasajes densos y poderosos, donde no hay complejos para que el estribillo de 'Turbulence' suene a Nirvana o incluso haya rastros de los desasogantes Melvins, si bien está claro que Kyuss y todo el hard psicodélico de los 70 imponen su ley. Tan bien salió este renacimiento musical, que el siguiente álbum, Obvious and bleeding, es directamente el mejor disco español de los últimos ¿cinco?, ¿diez? años. Una vez asentada la nueva sonoridad de la banda, consiguen, filtrando las influencias con más acierto que nunca, un trabajo de matrícula. Doors, Sabbath, Pink Floyd, o incluso Triana, se dejan sentir sin presiones. Las composiciones son redondas, el trabajo con los instrumentos muestra una progresión incontestable (soberana 'Under my skin') y se muestran pasionales y sinceros, ya que el álbum fue compuesto tras la pérdida de un ser querido, lo cual quizá explique la peculiar épica de algunos temas. Por lo demás, el sonido está tremendamente conseguido, algo difícil con esas influencias y grabando aquí, y cada tema alberga siempre algún detalle que lo singulariza. Qué tremenda injusticia que no hayan nacido en los iuesei, porque la perfección de algunas canciones acojona. Espero que se hayan dado cuenta que sólo por este disco ya han entrado en mi disparatada lista. El futuro debería ser suyo.

  • Los que se han quedado por ahí: Rosendo (que se merece todo el respeto y mitificación posibles), los Deltonos (Hendrik Roever, ¿el mejor guitarra patrio de blues-rock?), Siniestro Total (que merecen estar aquí sólo por una letra como 'Matar jipis en las cíes'), los Ilegales (Jorge Martínez for president), Hamlet (y que se jodan los puretas, El Inferno y el disco negro son dos pepinazos de aúpa)... Y un pequeño recuerdo para aquellos que también me han acompañado en mi juventud confusa y bienintencionada: La Polla, Def con Dos, Super Skunk... A la mayoría les tengo bastante abandonados, pero toda escucha sirve, lo que no es poco, para ir agudizando las filias y saber lo que se busca.

13 junio, 2007

SENSACIONES RARAS

Ayer asistí con los amiguetes al Pepeworld Festival celebrado en Las Ventas, atraído por los cantos de sirena emanados por el binomio Kasabian-The Killers... ¡QUE NO! Fui a ver a mis Smashing Pumpkins del alma, y a cambio tuve que tragarme las cacotas anteriormente mencionadas. Antes de ver lo que dieron de sí los de Chicago, una pequeña observación. No entiendo cuál es el gancho de las actuales bandas pop-rockeras "alternativas". Creo que un mínimo bagaje musical tengo a estas alturas para separar el grano de la paja (bueno, si no tenemos en cuenta que me la acaban de meter doblada con el cd de Melvins-Lustmord, tendré que probar a escucharlo puesto de mescalina). Siempre de acuerdo a las preferencias estéticas de cada uno, en los grupos anteriores (añadan Franz Ferdinand y en general todo los que sale en el EP3 o el Mondo Sonoro) veo ante todo un ansia de pose cool-moderniqui que soy incapaz de soportar. Y creo que se debe a la nula gracia con la que esos grupos juegan sus referencias. Desde luego que un grunge-setentero irredento tiene poca legitimidad a la hora de criticar esas cosas, y más cuando gran parte del rock de los noventa que saboreo es una ampliación de iconos veinte años anteriores. Pero, amigos, no es lo mismo la reinterpretación de unos Kyuss o unos Soundgarden sobre el mito Sabbath, que, por ejemplo, el fusilamiento contínuo del moderneo actual a costa de la new wave, The Cure o grupos garajeros más o menos de culto.

La pose y la estética son parte esencial del gran timo del rock, y el timo se convierte en espectáculo cuando a la pose se le añade ACTITUD, rasgo del cual adolecen esos grupos tan de ahora. Disculpen la digresión contra el gafapastismo de cartón-piedra (redundancia del día), pero creo firmemente que la gente que va a los conciertos "por el ambiente" o para dejarse ver debiera ser empalada.


En cuanto al casi único grupo de talento de la noche (reconozco que los Killers esos al menos entretuvieron en tres canciones), la expectación fue mitigada por el cansancio y la puta alergia. Un gallifante para los que idean festivales de una sola tarde-noche en un día laborable, hijos de puta todos ellos. Otras condiciones poco amistosas para el disfrute fueron un sonido muy poco contundente y que, definitivamente, las cosas se ven con otros ojos cuando tienes 17 años (qué sería de un post sobre los Pumpkins sin nostalgia de acné, bueno, como todo lo que escribo).


Las sensaciones extrañas fueron eso, extrañas. Porque los clásicos de siempre me sonaron sosos y con poca pegada (Today, Tonight, tonigt, Zero, 1979) y las antaño emocionantes baladitas me aburrieron (tiemblo cuando este tío empuña la guitarra de palo). Pero lo raro es que las canciones de un álbum nuevo pendiente de editar sí me hicieron vibrar (el primer tema fue un gran comienzo). Deduzco que tengo tan trillados el Mellon Collie... y el Siamese Dream que sólo con un sonido más acorde me hubieran hecho tilín de nuevo, al menos en directo, ya que los discos no han envejecido para mí. Rechazo la idea de que han perdido el mojo, porque, ya digo, los nuevos temas me sonaron bastante notables. No hubo decepción en cuanto al estado de forma de las calabazas. Corgan sigue siendo un guitarrista único (y ayer cantó muy bien), Chamberlein una puta bestia parda, y los relevos de James Iha (el asiático más chachi del rock) y D'Arcy cumplieron (apréciese la foto adjunta sobre la muchacha en cuestión).


Finiquito con otra observación: ¿por qué la prensa generalista española es tan condenadamente inútil a la hora de abordar crónicas con bandas rockeras? Ahora recuerdo reseñas en El País y El Mundo sobre Nine Inch Nails, Pearl Jam o los mismos Pumpkins de ayer donde JAMÁS ponen bien los títulos de las canciones. ¿Tanto cuesta consultar la web de los grupos y ojear los listados de temas? Qué vamos a pedir, si en el diario de Pedro Megustalamaderaporelorto J. Ramírez indicaron hace unos años el sonido punk de los AC/DC. Ole.

Espero que Zazú y el señor Javo no me crucifiquen.

PD: Vaya putísima mierda los Kasabian, hay que decirlo más. Ah, y otra razón más para cagarse en la puta calavera de los Killers: su concierto se alargó más de lo previsto y los Pumpkins acortaron el suyo por el tema de horarios. Una incorporación nueva a mi lista negra.

07 junio, 2007

ORGULLO PATRIO (I)

Caaaalma, que de momento no me ha dado por manifestarme con la rojigualda para defender la unidad de la patria, una, grande, etc. Es sólo que voy a hacer justicia con mis bandas de rock español favoritas. Estamos de acuerdo en que los anglosajones son el referente incuestionable en materia de hacer ruidaco, pero sí es cierto que aquí existe gente de talento más que reivindicable. Y como suponéis, no me refiero al maldito rock calimotxero con su demagogia radikal. Al turrón, pues:


  • Sobrinus: el nombre ya delata su devoción hacia Primus, enorme power-trio yanqui de funk progresivo con toques de Zappa. Sobrinus son una mis bandas de cabecera, poseedores de una fressssshcura de altos vuelos, y tristemente disueltos hace casi dos años. Los de Sidney Gámez elaboraron tres discos repletos de imaginación, tanto en lo musical como en las letras, combinando alocadas piezas de funk rock con locuras instrumentales y momentos más introspectivos. ¿Sus poderes? La inconfudible voz pitufada y comunicativa del señor Gámez, el delicioso bajo funk de Javi y dos portentos a la batería: Loza en los dos primeros trabajos y David Parra en el último. La recomendación es extensible a todas sus obras, pero sobre todo destacaría la segunda, Zapping. Por varios motivos: el soberano trabajo de composición, el desparrame instrumental (ejemplo de solvencia técnica al servicio de la canción, sin pirotecnias) y las letras repletas de dobles sentidos, humor surrealista y, a veces, amargura sentimental. Dentro de una carrera ejemplar, resultan memorables temas como Pitufa, San Franciso (canción emocionante hasta la médula), Sirena de charca, Mona Lisa, La música es un Dios (que inspiró mi primer post aquí, aunque hablaba de otra banda), y un larga ampliación más, ya que son discos sin desperdicio alguno. Y un momento cumbre: el interludio instrumental de América profunda, o cómo hacer un solo con los tres instrumentos al mismo tiempo, siempre respetando la autoridad del magistral Loza, que en ese pasaje consigue los redobles más inauditos que yo haya escuchado. Sobrinus, siempre entrañables y a años luz de casi todo.

  • Los Enemigos/Josele Santiago: la forma es distinta, el fondo similar. Josele Santiago es el mayor letrista y compositor que ha dado el rock en castellano, y esto se acepta como dogma de fe Y PUNTO. Aumentando y elevando hasta cotas insospechadas de intensidad las enseñanzas de otro ilustre, Rosendo, Josele ha dado, ya sea con Enemigos o en solitario, con una especie de piedra filosofal donde combinar desgarro, cinismo, supervivencia, optimismo y poesía. Su universo literario se corresponde con la prodigiosa voz de este DIOS con aspecto humano. Grave y rasgada hasta rozar lo grotesco, esas cuerdas vocales son un ente indisoluble con las historias contadas/cantadas. En mi Olimpo particular junto a los Staley, Cornell, Lanegan o Cobains de turno. Sólo añadir, en cuanto a las letras, que Josele también hace gala de suma inteligencia y una sensibilidad sui generis para los relatos ora descarnados, ora esperanzadores de sus letras, inspiradas por la calle o por vidas propias y ajenas. Musicalmente, Los Enemigos tienen su base en el blues-rock y el rythm 'n' blues corrosivo y gamberro, aunque evolucionaron posteriormente hacia una versatilidad donde Josele adaptaba a su peculiar estilo con la guitarra (otra perogrullada: tiene un feeling realmente singular tocando) que les permitió abarcar blues, punk rock, hard rock y hasta irresistibles medios tiempos flirteando con el pop. Uno de los tres mayores orgasmos musicales que he tenido han sido en sus directos, donde los géneros mencionados ganaban en crudeza, hasta convertir el bolo en toda una ceremonia de afirmación ante la vida. En solitario, Josele ha bajado las revoluciones notablemente y se inclina hacia la canción de autor, perdiendo inmediatez y ganando en poesía. Si tengo que elegir mis discos preferidos de LA VOZ (por favor, me estoy esforzando en mostrar mi nula objetividad y el fanatismo que me ciega, apreciadlo), me quedo con la trilogía La vida mata, Tras el último no va nadie (equivalente a In Utero en su desaliento) y Gas. Por su propia cuenta, Las golondrinas, etcétera es bellísmo. Últimamente los tengo algo abandonados, pero Enemigos han sido la banda sonora más importante de mi vida junto a Nirvana, Soundgarden y Alice in Chains (que conste que tengo más horizonte musical, pero al César lo que es del César). Y una última petición a los señores de El País: ni se os ocurra volver a comparar a Josele con el puto Sabina. Sin hueso, mi ansiedad.

JACK, TE QUEREMOS (AVISO, CONTIENE SPOILERS)


Es evidente, he vuelto, no sé si para quedarme. Vuestras patéticas existencias vuelven a tener sentido, subordinadas a una causa mayor que trivializa las dificultades del día a día. Según Alan Moore, algo parecido se le pasó por la cabeza al primer asesino en serie de la historia contemporánea, mi querido Jack el Destripador. Mi toma de contacto con Jack, o sir William Gull, tanto da, se remonta a un telefilm, no demasiado chungo, que emitía Antena 3, con el gran Michael Caine interpretando al investigador del caso. Pero lo que me gustaría es dar un repaso a la mastodóntica y absolutamente GENIAL reconstrucción que Mr. Moore realizó en From Hell, novela gráfica insólita en cuanto a extensión, rigor y significados. Al igual que en la ya comentada V de Vendetta, Moore reincide en la visión de un Londres tortuoso, escaparate del horror humano. Si en la primera se planteaba un futuro cercano y asfixiante, en esta ocasión somos transportados a la fascinante era victoriana (creo recordar que el primer destripamiento ocurre allá por 1888). Sobre dicho momento, el guionista realizó una labor de documentación asombrosa para atar los cabos más creíbles sobre la verdad del mito, así como para indagar en el espíritu podrido y clasista del Imperio de su Graciosa Majestad. Es obvio que el resultado es tenebroso y asfixiante, colaborando en ello el dibujo desarreglado, y cercano al boceto en lápiz , de Eddie Campbell.


Os joderé la trama: sir William Gull es un experto cirujano al servicio de la Corona, y perteneciente a la Masonería, aquellos señores que tanto odiaba el particular destripador que sufrimos por estos lares, tiempo ha. Sus servicios son requeridos cuando un grupo de prostitutas de Whitechapel chantajea a la Corona, ya que una compañera ha dado a luz un bastardo real, cortesía del fornicador compulsivo que la Reina tiene en su sobrino (¿o era su nieto?). A partir de aquí se abren varios frentes. De un lado, el costumbrismo, rayando el naturalismo, a la hora de narrar la cotidianeidad de las meretrices. La suciedad ambiental y física de esta línea argumental es sobrecogedora, encuentro sexuales incluídos. De otro lado, estaría la investigación de Scotland Yard, cuyos jefes putean desde el principio al investigador al cargo, con pistas falsas y sospechosos múltiples. Especialmente relevante es la acción de la prensa, ya que es un plumilla el creador del mote de el destripador. Finalmente, el nexo de todo: sir William Gull, alias Jack el Destripador. Un iluminado con el que Alan Moore simboliza el inicio del siglo XX, el más caótico de la Historia. Desde un principio asistimos a sus alucinaciones pueriles, que serán canalizadas, ya adulto, por la masonería. En el seno de la organización recibirá el encargo de atajar el escándalo real desde la base, convencido de que tal empeño representa el paso definitivo. Un peldaño hacia la conclusión del gran proyecto masón hacia una nueva realidad mundial, sustentada en la idea de que el tiempo es una espiral cíclica. Este aspecto es el más complejo y fascinante de la novela, ya que nos adentra de lleno en la filosofía que inunda el pensamiento masón.


Las atrocidades del serial-killer son ilustradas con estética expresionista, anticipando los actos de acuerdo a la ritualidad que el bisturí de Jack les otorga. El ahogo en que en lector queda sumido en estas ceremonias de la muerte son antológicas, demostrando Moore un talento narrativo excelso. Talento extensible a los análisis sociológicos de la época que aparecen en todo momento a través de las secuencias con las prostitutas y la policía o, sobre todo, con el acoso realizado contra un profesor homosexual para hacerle cabeza de turco. Dentro de la fiesta del terror que vemos, esta parte me dejó especialmente conmocionado por la vileza atribuída al Estado en su carrera por ocultar las intolerables impurezas de la Casa Real. Así, la lucha de clases, los prejuicios morales y la ilimitada capacidad para el mal que atesora la humanidad se concretan en el desparrame de vísceras que observamos, incrédulos, en el último crimen. Dicha escena está pringada de la alucinógena clarividencia con la que Jack interpreta sus actos. Actos que destilan la terrible conclusión: la violencia desatada da el pistoletazo de salida, como ya he dicho, al siglo XX, con sus variables mediáticas y políticas.


Arrollado por un tren de mercancías. Así es como me sentí al acabar esta obra de arte, que, particularmente, considero lo mejor que ha hecho Moore, lo cual es mucho. Animo a todo el que haya aguantado esta torpe disertación hasta el final a que se acerque y lea From Hell. Y, por favor, no os sintáis culpables si acabáis siendo devotos de esta oda al mal en estado puro. Es lógico.